Es tan malo el orgullo como la “falsa humildad”, esta semana te comparto de este tema tan poco abordado y espero que sea una bendición para ti.  

¿La falsa humildad, también es orgullo sabías? A veces confundimos la manera como se manifiesta.  

Es notable que Jesús habla bien de sí mismo, siempre, sin temor. ¿Han sentido esa lucha alguna vez? ¿Que no pueden hablar bien de ti mismo porque el temor al orgullo y a faltarle a Dios te paraliza? De hecho, seguro, no nos hemos podido gozar ni compartir con otros las alegrías de nuestro corazón porque tememos ser juzgados como orgullosos, o querer robarle la gloria a Dios.  

Gálatas 6:6, nos da cuenta de un principio del gozo compartido por el fruto de nuestro trabajo, cuando un maestro comparte el gozo de su labor con sus discípulos y se le permite recibir; no solo se trata de dar: “Y al que se le enseña la palabra, que comparta toda cosa buena con el que le enseña”. 

Creo que la falta de la aplicación de esta dinámica saludable de dar y recibir, no solo dar, ha impedido un crecimiento espiritual saludable en nuestras comunidades de fe. ¿Cuándo vemos a un líder pedir al más anciano, al que no tiene un rol en la iglesia?  ¿O al menos dotado, o a un discapacitado apoyo y oración? ¿Es frecuente ver a un líder de un grupo de ministerio comentar sobre su necesidad y pedir? ¿Qué otra cosa puede ser, menos que orgullo y falsa humildad?  

Los festivales de la cosecha, en algunas culturas, son fiestas maravillosas por eso. Nos permiten gozar legítimamente del fruto de nuestras manos y asegura que todos podamos gozar juntos del don de Dios. Deberíamos hacer más fiestas de honra y gratitud. Me encantó ver a una iglesia muy reconocida haciendo su festival anual, reconocer a las personas menos visibles, y fieles por muchos años, como parte de la congregación y honrar a sus siervos, no por los títulos y credenciales, sino por su carácter de siervos. Que privilegiada esta comunidad que está aprendiendo esto. Normalmente los créditos son como para las personas de “rango”.  

Jesús no solo se describió sin miedo como manso y humilde. Sino que sin problema alguno dijo quién era, qué quería, y qué necesitaba. Me impacta ver cuando les pidió a sus discípulos ayuda cuando la necesitó. ¿Acaso no podía solo pedir los ángeles de su Padre para que le ayudaran en silencio? Además, no tuvo problema en declarar sin orgullo quien era, sencillamente quien era, porque sabía quién era en su Padre.  

Otro ejemplo bíblico importante de una no falsa humildad es el del apóstol Pablo, cuando solicita ser imitado: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” versa en 1 Corintios 11:1. Pareciera muy atrevido decir a un discípulo “aprende de mi”, o “imítame”, porque, precisamente un buen padre sabe que su hijo debe imitarlo y seguir su ejemplo. Pero nosotros si tenemos temor de decir eso.  

Todos necesitamos a alguien a quien imitar, por eso es natural que los niños necesiten adultos a quienes imitar, siendo la principal fuente de esos modelos sus padres. Jesús mismo se puso como el Camino a seguir, obviamente como la única manera de llegar al Padre, pero también como ejemplo de un Hombre completo, sano e íntegro; somos imitadores de Él.  

Todo esto nos deja con un tremendo desafío que, en vez de llevarnos al orgullo, nos pone en una posición de verdadera humildad. Los seres humanos, por tener una identidad reflexiva, a imagen y semejanza de Él, somos imitadores y diseñados para imitar. Eso no es malo. Esto se extrapola a las figuras de influencia en nuestras vidas, desde los padres hasta los cuidadores, discipuladores y mentores. Esto implica que la imitación sana de otros es, y debe ser, parte de nuestra vida, lo cual nos saca de la “falsa humildad” de pensar que lo que somos y hemos logrado ha dependido solo de nosotros o de evitar dar gracias y honrar a otros, porque tememos que se llenen de orgullo.  

 Ana Ávila lo pone de manera magistral:  

“El tema de la imitación es recurrente en las epístolas de Pablo (1 Co 4:16; 11:1; Fil 3:17; 1 Ts 1:6) y se menciona también en la carta a los hebreos (He 6:12). Esto no tiene nada de extraño. Después de todo, Dios nos creó para vivir en comunidad, nos hizo parte de la Iglesia, nos dio dones para edificarnos unos a otros y nos concedió líderes para enseñarnos y guiarnos en la verdad”1 

El terrible orgullo detrás de nuestro individualismo, autosuficiencia, autoprotección, terquedad, ambición y control es nuestro enemigo acérrimo en este peregrinaje a ser como nuestro Dulce Pastor de Israel; manso y humilde. Ávila lo pone así: “Vivimos en una sociedad que nos exhorta a «trazar nuestro propio camino» y «ser únicos». La idea de ser una «copia» o «imitación» de alguien más nos resulta ofensiva. Queremos ser completamente originales. Queremos definir nuestra identidad y destino de manera independiente”.  

Todo esto implica que la falsa humildad se expresa en dos maneras entonces: un individualismo radical, que dice “Dios y yo”, o peor aún, “Solo yo”, o, por otro lado, dejar la responsabilidad de dar a otros el desafío de imitarnos; dejar de lado nuestra gran responsabilidad de hacer discípulos y monitorearlos, más que con esquemas de pensamiento teológico correcto, con nuestro ejemplo.  

Las nuevas generaciones sufren una tremenda confusión porque, quizás han recibido el mensaje de que deben ser suficientes en sí mismos; se supone que tienen acceso a toda la información sobre todo lo que necesitan y por eso les cuesta recibir consejo y dirección. Es que parece que se las saben todas. Es como si estuvieran perdidos en sí mismos, cada vez más huérfanos (porque es verdad, porque no sienten que tienen mucha gente a su alrededor es confiable). Les hemos decepcionado con nuestra propia incoherencia y la falta de buenos ejemplos de líderes a quienes imitar.  

Una verdadera tragedia, porque como dice Ávila, todos necesitamos responder a las preguntas importantes de la vida tales como: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Para qué estoy aquí? ¿Cómo debo caminar en esta vida? No solo se necesita un Yo sino otro que inspire y modele. ¿Eso podría explicar por qué las nuevas generaciones son tan carentes de identidad?  

Ella plantea que estas grandes preguntas de la vida tienen una respuesta objetiva externa a nosotros, y no caminamos nuestro propio camino, estamos siguiendo huellas y procesos que otros comenzaron, y se necesita humildad para reconocerlo. Es que lo que has logrado es porque muchos han sembrado para ti.  

¨El camino ya está trazado y hay miles de personas que lo han transitado antes que nosotros. Podemos seguirlas con seguridad y con gozo. Hay fiesta cuando la hacemos entre todos. La fiesta de la cosecha.  

¿Cómo ha sido tu jornada con este tema? ¿Luchas con una falsa humildad? Te animo a disfrutar con libertad de todo lo bueno que tienes que expresar la bondad de Dios sobre ti. Sin temor.  A gozarte y compartir de tus talentos con otros, pero también a pedir ayuda cuando la necesites. Ambas son expresiones de salud y mansedumbre, así como honrar a quienes participan en tu vida dándote cosas buenas.  

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