Para quienes hemos vivido en mundos en conflicto, cualquiera que haya sido la situación: padres en una continua pelea, violencia en casa o fuera de ésta, abuso de cualquier tipo, condiciones de riesgo psico-social, entre otros, una de las sensaciones más típicas que se experimenta es el caos y el temor al caos.

En el episodio de hoy te comparto un poco más del origen del control, el cual es una de las raíces del activismo, como te comenté en mi historia en esta semana.

Podemos decir con conocimientos de causa, que para quienes tenemos una historia de abandono, negligencia física o emocional, o la historia de padres exigentes en el desempeño, donde no había suficiente valoración y afirmación del ser; de la identidad saludable, sino solo del hacer y el desempeño, algunas mentiras en nuestras mentes podrían ser:

  • “No hay bendición si no me la gano”, por eso tengo que trabajar muy duro y mantenerme ocupado.
  • “Tengo que controlar el caos, sino todo se echará a perder”, por eso tengo que hacer hasta lo imposible para que todo no se salga de control.
  • “Nadie me ayudará, estoy solo, así que controlaré todo para que pueda sobrevivir”. Por eso yo soy quien tiene que ocuparse de todos.
    Si crees alguna de estas mentiras, o algunas similares, esto te pone en un camino peligroso y destructivo. El control no solamente te lleva a hacer mucho más de lo que humanamente puedes hacer, de modo que vives una sobrecarga permanente, sino que impactará gravemente a los demás, porque los pone bajo la presión de nuestros deseos, expectativas y desempeño, y no te darás fácilmente cuenta de eso.

Gente muy ocupada espera que los demás sigan su ritmo, ¿sabías? Sin querer o sin ser conscientes, afectamos la familia y el ministerio, porque si ellos no hacen lo que queremos, o como lo queremos, si no siguen nuestras exigencias, pues tendemos a castigarlos, a juzgarlos e incluso hasta podríamos llegar a abusar de ellos, con “buenas intenciones”, a nombre de causas aparentemente “justificadas”.

Si me preguntaran acerca de mi experiencia de casi 3 décadas en el ministerio, no solo con mi propia lucha, sino con las de otros, podría decir que no hay nada que afecte más el desarrollo de familias y ministerios saludables, que el activismo. ¿De verdad? ¿Y si todos estamos metidos en eso? Bueno, no solo dejamos a Dios de lado, sino que terminamos agotados y desenfocados, metiendo a los demás en nuestra propia agenda y no necesariamente en la de Dios, en la de su Reino.

Lo peor es que esta forma de control, a través del activismo, a veces toma formas que a veces parecen muy “espirituales” o “religiosos”, que son difíciles de percibir y fácilmente se puede convertir en abuso espiritual. He sido testigo de muchos casos, muy tristes donde siervos dispuestos y de buen corazón, terminan al ritmo de lo que le pide un líder activista que sigue su propia ruta, pero no necesariamente de lo que Dios le está pidiendo. Es un aspecto que es difícil de discernir.

¿Cómo es que se conecta el activismo con todo esto? Pues éste, baila al ritmo del temor al caos. Me costó reconocer su impacto en mi vida. Por eso, cuando traté mi activismo y deseo de controlar mi sufrimiento y el de otros, tuve que tratar con ese temor al caos.

Descubrí que cuando había sufrimiento, conflictos o posibles peleas a mi alrededor, me sentía responsable por resolverle los problemas a todo el mundo y trataba de ocuparme más allá de lo que yo misma podía.

Ha sido un largo proceso de darme cuenta y de entender que en últimas los adultos a cargo en mi familia, por estar envueltos en sus propios dolores, no protegieron el corazón de los más pequeños. A veces había tanto desorden que me volví eficiente y ordenada; una buena chica para evitar más sufrimiento a mí y a mis padres. Ya tenían suficiente. No recuerdo siquiera haber tenido una pelea o llamado la atención en mi escuela primaria. Si bien jugaba, lo cual creo que me salvó, por dentro estaba atemorizada del caos que me rodeaba y me ocupaba todo lo que podía.

Si tú como hijo viviste o vives aún las consecuencias de la experiencia de la negligencia o el abandono emocional en tu vida, y/o como padre, madre o cuidador, no lograste proteger a tus amados, es posible que tu o ellos luchen con la ansiedad y el control. Una buena ruta sería examinar este tema, como punto de arranque. El temor al caos muchas veces es la posible raíz del problema.

Concluyamos con un texto que humilla nuestro orgullo personal, cuando creemos que sí podemos hacer más de lo que debemos, pero que también nos pone en contacto con una hermosa verdad de sana dependencia, en Juan 15:5 dice. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer”.

Esto nos lleva a la conclusión de que el problema no es hacer cosas, el problema es la motivación y hacer más allá de lo que debes hacer, porque el fruto es algo que Dios si quiere para tu vida.

El principio sigue siendo el mismo, depender es confiar y confiar es depender. Eso significa que decides no estar al control, ni pretendes hacerlo todo ni hacerle a los demás lo que ellos deberían hacer. Ya cuentas con alguien que se encarga de ti, y no te deja solo porque es tu Buen Pastor. Siempre es igual, la confianza nos guía también al arrepentimiento, porque saber que nada puedes hacer sin depender de Él, humilla tu orgullo, ese que surge del estar tan ocupado, en lo cual todo depende de ti. Buen comienzo entonces, el arrepentimiento.

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