Me encantan las fiestas, las celebraciones y los homenajes, es lo que les da orientación a los propósitos mayores de nuestra vida. ¿Acaso no existimos para celebrar? Como lo planteé anteriormente, somos hijos de un Dios al que le encantan las fiestas, especialmente cuando Sus hijos están en Su voluntad, y regresan a casa. Él es digno de honor y celebración, pero es el primero que nos celebra nuestra existencia y nuestra comunión con Él.

“Pero el padre dijo a sus siervos: “Pronto; traigan la mejor ropa y vístanlo; pónganle un anillo en su mano y sandalias en los pies. Traigan el becerro engordado, mátenlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron a regocijarse”. (Lucas 15.22-24 NBLA)

La existencia en general es muy desafiante, y por eso se necesita celebrar, todo lo que sea posible. La celebración es la esencia de la gratitud, nos enfoca en lo bueno, crea una cultura de honra y fomenta la comunión. Nada mejor para romper el individualismo “salvaje” y destructor, que comer y celebrar; así lo hizo Jesús con sus discípulos, por lo cual también se ganó fama de glotón y mundano; no entendían los religiosos de qué se trataba todo este plan redentor.

La celebración es una idea de Dios y está presente desde el principio cuando Dios vio que lo que había hecho era bueno en gran manera y cuando compartió el gozo con Adán cuando le fue entregada su compañera idónea (la primera fiesta de bodas de la historia). Es por eso que, en todas las culturas encontramos la celebración, sea pagana o no, es algo que es central a la existencia. Por eso cuando Jesús nos redime nos invita a una fiesta y a la mesa de Abraham, mi parte favorita de todo.

Si hiciéramos un estudio más profundo de este tema, descubriríamos que la idea de Dios al final de los tiempos es terminar con una fiesta perpetua: las bodas del Cordero; la celebración del lino fino. A esa fiesta son invitados todos Sus hijos, que han confiado su vida y han lavado sus ropas en la sangre del Cordero. Espero con mucho anhelo esa fiesta.

En la ley de Moisés, Dios prescribió para su pueblo siete fiestas principales para que se instaurara la gratitud, para fortalecer la identidad nacional y crear tradiciones atractivas para las siguientes generaciones. La celebración para Israel significa mucho hasta el día de hoy. “Las fiestas son una parte importante de la vida cotidiana: en las calles, en el sistema escolar, en las sinagogas y en los hogares a lo largo de todo el país”.2 Un pueblo que no celebra no sobrevive, y eso se aplica a las familias, las empresas, los ministerios y las comunidades de fe. Son conceptos que se deben rescatar y redimir. Deberíamos replantearnos cómo podemos rescatar y redimir los aspectos culturales de la celebración de nuestros pueblos, ciudades y nación, sin tener que participar de la parte del “carnaval” que realmente se le termina ofreciendo a los dioses paganos. Estoy convencida de que la solución no es enclaustrarse y considerar que la verdadera espiritualidad está en la tristeza perenne y las fiestas aguadas, sino todo lo contrario, la redención de lo que fue el plan de Dios para nuestra vida: La celebración, porque sin duda Él no es un aguafiestas.

“El Señor tu Dios está en medio de ti, Guerrero victorioso; se gozará en ti con alegría, en Su amor guardará silencio, se regocijará por ti con cantos de júbilo. (Sofonías 3:17)

De joven me encantaban las fiestas sin alcohol; celebraciones sanas, danza, guitarra y canción. Mi nombre significa “poema o canción”, y cuando descubrí su significado mi espíritu dio un salto. Ahora entiendo por qué es que procuro vivir la vida incluyendo la celebración. Me gusta el folklor que se puede redimir; me aprendí todos los bailes típicos de mi país y las canciones que hace muchos años cantaban nuestros abuelos. Qué gozo me dio enseñar en un país de Asia bailes típicos a los alumnos de la escuela internacional; qué tarde maravillosa fue esa. Podría decirse que soy una especie de rockola móvil. Y todo esto es porque creo en la celebración como una expresión de la salud propia y la de una cultura.

Aprendí esto viendo a mis tías celebrar; unas cocinaban, otras cantaban, otra tocaba el acordeón. Las niñas, o sea mi hermana y yo, cantábamos siempre; y luego, como un legado, nuestra familia procura celebrar todo: grados, cumpleaños y navidades. Ahora, viviendo ya todos en diferentes ciudades, procuramos mantener la celebración lo más posible, especialmente la Navidad. Es tiempo de celebrar, de cantar, de recordar los villancicos preferidos de la familia, a pesar de nuestras muchas diferencias y dificultades que hemos tenido que sortear como familia. Y es que se requiere mucha humildad para poder celebrar, porque requiere dejar a un lado las diferencias, las rencillas, y perdonar para darle vuelta a la página y resetear el afecto. ¿No será por esto por lo que disfrutamos menos nuestra comunión cristiana? Nos hace falta celebrar juntos.

Obviamente hay celebraciones de celebraciones y hay tradiciones que se pueden emular con mucha más libertad que otras. No estamos hablando aquí de carnavales paganos, cuyo significado representa culto que han recogido festividades en honor a otros dioses como Apis de los egipcios (hace más de 5.000 años), o Baco el Romano del vino, o cualquier dios pagano (Baal), que tiene implicaciones rituales grotescas y prohibidas por Dios. Obviamente hablamos de las celebraciones que están basadas en valores importantes como la gratitud a Dios, eventos divinos (como la Pascua), la alegría por las cosechas, la celebración del amor, los nacimientos, los aniversarios, entre otras. Una de mis fiestas favoritas es la de Acción de Gracias3, la cual nació en el contexto de comunidades de creyentes que aun sabiendo que eran la mayoría inmigrantes, estaban agradecidos por la tierra que ahora les alimentaba y celebraron con los aborígenes su primera cosecha. Hermoso ese concepto: dar gracias a Dios por la tierra que ha dado sus dones, la familia que se puede alimentar y la comunidad que puede celebrar la solidaridad en la mesa.

La celebración saludable no es la oportunidad para el desenfreno y la maldad, sino un espacio en el que la comunidad se puede regocijar, dar gracias y conectarse; así mismo donde se pueden exaltar valores tales como el esfuerzo, la perseverancia, la gratitud, la vida y la familia, entre otros. Algunos “religiosos” o “amargados” se han encargado de robar los espacios de celebración a otros, lo cual es un riesgo grande, porque la celebración es parte del plan de Dios y de las Buenas Noticias para los enlutados.

“Para conceder que a los que lloran en Sión, se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia, plantío del Señor, para que Él sea glorificado”. (Isaías 61:3)

Joel llegó al ministerio de Abba Padre4 siendo un adolescente huérfano de 16 años y llevaba en sus bolsillos todo el paquete completo del quebranto: abuso, adicción, abandono, confusión de su identidad, descuido, negligencia, maltrato, vulnerabilidad social, temor y dolor. Como dicen a veces en mi tierra: había que agarrarlo con pinzas, porque si no se podía quebrar más. Jesús intervino pacientemente en su vida y fue redimiendo y recreando literalmente todo en su ser. Obviamente, pasó por muchos procesos como todos nosotros, y sigue en construcción. Actualmente en otro país, sirve con nosotros como misionero, pero también junto con su hermosa esposa ha creado un ministerio llamado “Hope”.5

Estando ya cerca a sus 20 años, en uno de los retiros de “Hijos Reconciliados” que solíamos hacer, llevamos una pequeña torta para celebrar su cumpleaños. Nos dimos una escapadita a uno de los cuartos con los consiervos más cercanos y le celebramos una pequeña fiesta. No fue pequeña mi sorpresa cuando Joel, con su rostro empapado en lágrimas, nos dice: —Esta es la primera vez que celebro mi cumpleaños, gracias— Yo no lo podía creer. De manera similar, la primera vez que le tocó nuestra fiesta de Navidad cantamos villancicos, lo que nunca había hecho en su vida, y mucho menos era tradicional en su familia. Estábamos prestando el gozo a un huérfano que había vivido triste toda su vida. Hasta ese momento Joel no tenía mayores razones para celebrar, pero estaba ocurriendo algo maravilloso, le estábamos prestando nuestro gozo para su sanidad. Ahora es el más celebrador, el que nos pidió cantar villancicos hasta en su despedida de soltero, y a quien, así sea por internet, tenemos que cantarle un “Tutaina, tuturumá”, el villancico colombiano más tradicional.

El dolor deja secuelas muy grandes en los seres humanos, y tiene la capacidad de enlutar el corazón para siempre, porque el corazón llora. A veces se necesita que alguien celebre por y con nosotros. Porque, así como necesitamos que alguien llore con nosotros, también necesitamos alguien que se regocije y comparta el gozo. Hay muchos huérfanos que están esperando a padres, mentores, familia espiritual para celebrar sus logros, su vida y que les enseñen a sonreír de nuevo. Eso es parte del misterio poderoso y la razón por la cual Dios nos hace habitar en familia (Salmo 68:6a).

“Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y Su esposa se ha preparado”.

Apocalipsis 19:7

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Abba Padre: https://www.corporacionabbapadre.org/ m.abbapadre@gmail.com Más del testimonio en https://youtu.be/tzN5T7D2vCA – Testimonio Joel[1] Centro Hope: www.hopecentro.org https://www.facebook.com/centrohopemision

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